Por Juan Emilio Sanchis Girbés
Yo para todo viaje
siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera,
voy ligero de equipaje.
A. Machado
EN EL PRINCIPIO FUERON TRES RAÍLES[1], serpenteaba airoso y no tenía nombre. Era como un infiel, devoto de quimeras. La abuela Eugenia, madre del Principio, tampoco dijo nada. Ni tan siquiera las gallinas se enteraron del asunto: conocieron el maíz, el eclipse y el cuchillo, pero ignoraron la llegada del Principio. Sin embargo, con el paso del tiempo, llegó a ser como de la familia, como un hermano, como el tercer hermano hecho tercer hombre...: ¡Tantarán, tarán, tarán! ¡Tantarán, tarán, tarán!... Y no conoció el miedo: la noche que los junquers[2] bombardearon la estación de Algemesí, anunció con demora la contraseña al centinela: En aquella esquina,/ delante del cuartel,/ bajo la farola,/ allí te esperaré...[3]
En el principio, pues, como digo, fueron tres raíles. Por favor, un café.
Y el NIF a última hora. Aunque descienda el Paro y el Catastro se bata en retirada, el NIF a última hora.
Después, la vía estrecha, la prima Angélica y las obscuras golondrinas fueron haciendo los veranos:
- Tío, déjame cambiar la aguja[4], que ya puedo... Tío, ¿adónde vais?
- Al Valle de los Caídos.
- Tío, ¿volverá a reír la primavera?
- ¡Y yo qué sé!...
- Tío, ¿quién le ha pegado seis tiros a la muñeca?
- ¿A qué muñeca?
- A la que está atada por el cuello a la palmera.
- ¡Je, je! No lo sé...
- Tío, déjame cambiar la aguja, que ya puedo.
ROSA MARI ERA UN SUEÑO, la pienso en subjuntivo y recuerdo los avisos que ahora cumplen: PASO SIN GUARDA, ATENCIÓN AL TREN... y frenaba con el pie la rueda de la bicicleta. Camino de la Tarde[5], nadábamos el Verde[6] sin saberlo; porque también el río quería ser Principio y luego fue Jarama[7]. Madrid, Atocha y el chotís, sumaron dieciocho, camino de la Tarde, Rosa Mari se fue. Se fue como de emperatriz de Lavapiés. La pienso en subjuntivo y recuerdo los avisos que ahora cumplen. Debería trasladarme de Café.
EL AUTOMOTOR, los suspensos y el Plan de Desarrollo fueron las últimas competencias del Principio: “¡Estación de La Encina!”, gritó alguien. Y refulgió la aspereza de La Mancha...: ¡La Mancha! ¡Oh, La Mancha!...: Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de don Quijote pasar... [8]¡Pasar! ¡Pasar! ¡Oh, el pasar!...: pasar haciendo camino, camino sobre la mar[9].
-Antonio.
-Qué.
-Viene una motora.
-¡La jodimos!
-¡Vuelvan inmediatamente a la playa!
-Ya vamos, ya vamos...
-Nos van a echar los perros.
-Pedalea, que nos quedan treinta millas.
-Hoy comemos con el cura comunista.
-Pedalea, coño, pedalea.
Al cura comunista, que vivía en el barrio de Las Seiscientas[10], le traían sin cuidado las muertes de Salzillo y los redobles de tambor. Para el cura comunista, el oro únicamente debía emplearse como catalizador y hasta el Papa tenía la obligación de trabajar: Ora et labora, ésta era su regla de oro, cacofónica y letal.
El cura comunista, además, iba y venía, vestido de paisano, entre los frontispicios del TODO POR LA PATRIA, sin arriar bandera... Era sobrio, como la tundra bolchevique; sin alharacas de ningún tipo fue preparando la muerte del Principio. De un Principio que, llegado el momento, recibió de él la extremaunción, y como viático --tanto para el Principio como para el Foro en general--, le dijo: “A quien Dios se la dé, san Pedro de la bendiga”. Así murió el Principio.
EN FIN, ciento cincuenta novelistas esperan en España. Pero conste que la tienda de campaña no era nuestra, la alquilamos en Deportes Puig. La pedimos de siete plazas y luego sólo fuimos dos los acampados, los otros se rajaron. Y el tren nos mecía con vaivén monorrimo: tam, tam; tam, tam; tam, tam...
-¿Falta mucho para Segorbe?
-No, prepara las mochilas que esto ya es Soneja.
La estación de Segorbe, por san Jaime, a mediodía, tenía una belleza trágica, como de far west y “yo que tú no lo haría, forastero”. La explanada, polvorienta y mortecina, de cuando en cuando se veía surcada por algún utilitario que aparecía y desaparecía, según iba afrontando los baches. Bebimos en la fuente que da a la carretera. Aún nos faltaban ocho kilómetros para Vall de Almonacid. Hacía más de un año que le había escrito a una y no supe más de ella. Paco me acompañaba por solidaridad y por ver si, de paso, caía algo.
-Ahora verás que autobús más viejo...
-¿Apunto el horario de trenes para la vuelta?
-Tampoco está de más. ¿Qué te parece si vamos andando?
-A mí me da igual, tú eres quien conoce estos territorios.
-Pues, carretera y manta.
La tienda de campaña la montamos cerca del cementerio, creo que por chulería. Nos comimos unos mendrugos con atún y nos fuimos al cine del pueblo de al lado -Algimia de Almonacid-, que echaban una de Rafael, Yo soy aquel, ya ven... Terminada la sesión, regresamos paseando por la carretera tras un grupo de chicas.
-¿Es alguna de ésas-, preguntó Paco.
-No lo sé, ahora resulta que no recuerdo su cara.
-¡Tiene cojones la cosa!
-Y tantos.
Al final, fue una prima suya quien me reconoció. Elvira, la tan buscada, no me hizo el menor caso.
-Paco.
-Dime.
-Ni doña Elvira ni doña Sol ni los Infantes de Carrión.
-Eso te pasa por cabrón.
-Rima en consonante.
-Esta noche hace verbena.
-¿Y qué?
-¿Cómo que “y qué”? ¡No seas capullo! Esta noche beberemos para olvidar. Tú olvidas a ésa y yo a la hija de puta que me estará poniendo ahora los cuernos en Alberique.
-¿Y si nos diésemos por el culo?
-Calla, calla, que eso va bien para las almorranas; es mejor la puerta ancha.
-Eso digo yo también.
La verbena nunca tuvo tres raíles, pero se empeñó en ejercer de predicado. Los músicos, machaconamente, una y otra vez, interpretaban una pieza llamada Café exprés, tan asimilada por el Principio, que lo hizo resucitar. Por eso escribo ahora, con lo más vetusto que conozco, la cuaterna vía de Isabel. Para ella estos alejandrinos de Café...:
Como El Amargo[11], digo, que en julio fui emplazado
al hemisferio pobre del verso trasnochado.
Y amargo tal cual sufro del tiempo equivocado,
en la cuaderna vía serás como El Dorado.
-ISABEL, ¿dónde está el café de Juan Valdés?
-En el armario.
-¿Había pedido usted otro café?
-No, señor; el otro, en casa.
EN EL METAPRINCIPIO, las caries eran pocas, a la edad la llamaban Diecinueve y a Kundera le decían Zaragoza. En el Metaprincipio, el viento del Moncayo, como hoja de afeitar, fue segando las nieves y fue también como dejando un algo, un rastro de Sirocco, contumaz y onanista, que alimentaba el hambre. Pero la chica no entendía la grandeur y viajaba con su madre hacia la Francia, como de mala gana y con vendimia...
-El tren -dijo- sale de madrugada.
-Yo tengo que irme al cuartel de san Lamberto. A lo mejor, a la tarde ya estoy libre.
La noche que los junquers bombardearon la estación de Algemesí, el Principio anunció con demora la canción del centinela: En aquella esquina,/ delante del cuartel,/ bajo la farola,/ allí te esperaré... Y no conoció el miedo. Era como un infiel, devoto de quimeras.
-¡BUENOS DÍAS, señor, son las siete, próxima estación, Córdoba! ¡Pruebe usted este perfume; fresco, como los jardines de Medina Azahara; seductor, como los versos del Tenorio; económico, como el aliento de las nubes!... Permítame la mano, dos gotitas y..., huela, huela...
-Lo siento, no me interesa.
-Pues entonces, le pido la voluntad para un parado, padre de seis criaturas.
-Tenga. Debería hacer rifas. En los lejanos tiempos del Principio no había viaje en tren sin su correspondiente rifa. Recordará usted aquellas tiras numeradas de papel que...
-No, señor, no las recuerdo, usted debe ser más viejo. Con Dios y muchas gracias.
CIENTO CINCUENTA NOVELISTAS ESPERAN EN ESPAÑA, Rosa Mari era un sueño, Madrid tiene seis letras, Isabel en verso alejandrino, Arturo estudia sociales y Juan dicen que destaca en literatura: ciento cincuenta y dos novelistas esperan en España. Y anda, jaleo, jaleo, qué jaleo lleva el tren. Porque en el Principio fueron tres raíles y todos los trenes del mundo pasan por Alcázar de San Juan.
-AMARGO.
-Qué
-Ayer vino María Torres
-¿Y qué quería?
-Dijo que se iba a Valencia y que volvería hoy, que fueras a recogerla a la estación, como siempre va tan cargada... El tren llega a las tres y media.
MARÍA TORRES CORAZÓN CANSADO, en las noches de invierno, al calor de la lumbre, cuenta su novela porque teme morirse sin sentido. Es decir, que María Torres del Amor República Estraperlo tiene una hija adoptiva, un hijo actor en Madrid y otro dormido en el Camposanto...:
-Después de enterrarlo, adorné la tumba con un triángulo de flores y por eso me llamaron del Ayuntamiento.
-¿Por masona?
-¡Vete a saber!... Yo era de izquierdas, miliciana, eso sí, pero qué leches sabía yo de masonerías y monsergas... Me obligaron a limpiarles los retretes a los de derechas y a que, por la noche, fuera al cementerio a quitarle las flores al chiquillo. Uno, no sé quién, me siguió de lejos aullando como un fantasma: “¡Uuuuuuuh! ¡Uuuuuuuh!”. Pero me planté y le dije: “¡Ven aquí si tienes cojones!”. Se calló y se fue.
-Aún te odian, ¿verdad?
-Tan verdad como que estamos sentados.
-¿Cuántos años tenías entonces?
- Veintitrés.
LA ESTACIÓN DE SEGORBE, a mediodía, por san Jaime, tenía una belleza trágica, como de far west y “yo que tú no lo haría, forastero”. Pero además, esta vez, los postes del tendido eléctrico, tan inclinados, parecían sustraídos de un cuadro de Porcar: el Principio era viejo y sabía ya más por viejo que por Principio. Sin embargo, como entonces, de cuando en cuando, algún utilitario se aventuraba por la explanada, y aparecía y desaparecía, según iba afrontando los baches. La fuente seguía manando las mismas aguas. El cansado Principio, como un poco resucitado, aseveró que agua pasada sí mueve molino. Como la fenecida máquina de Wat en el museo, se sentó junto a la fuente, a ver pasar los tipos y los tiempos...: Miguel Granell, de derechas, fabricante de garrotes; Claudio Almagro, teórico del anarquismo, libre y libertario, ecologista..., Abel Ramos Calvo, artesano del freno de zapata. O sea, que el Principio, sofocado por el sol, se retiró hacia el frescor de los andenes.
-¿Me da usted fuego?
-Hace un sol de justicia.
-O de injusticia...
-Eso.
Observó, desmenuzó, descuartizó... Alto, flaco, ascético.
-Tiene usted aspecto de profesor, de profesor de matemáticas antiguas, de las que se explicaban sin conjuntos, quiero decir.
-Soy profesor, pero no de matemáticas; lo mío es la religión.
-¡Vaya por Dios! -dijo el Principio- Y yo esperando a una miliciana...
-¡Qué más da! -replicó el Enigma- Mi padre fue el principal activista de la CNT en Huesca.
-Pero, ¿está usted aquí de profesor?
-No, estoy de paso: voy camino de Huesca
-Fíjese -arguyó el Principio-, hace un poco, mirando las agujas, la campana, el reloj, me he acordado de un tío mío, falangista, jefe de estación, que murió atropellado por el tren.
-¿Cómo fue? -preguntó el Enigma.
-Un día libre de servicio, cruzó, atolondrado, con la moto por un paso a nivel sin barreras que tenía, por cierto, un gran cartel que avisaba: PASO SIN GUARDA, ATENCIÓN AL TREN. Pensaba en eso y en un cuento que escribí, hace ya bastantes años, que se titulaba Un tren llamado Rocinate. Al verle a usted pasear por el andén, arriba y abajo, me he dicho: “Es como un enigma, las estaciones siempre son literatura”.
-¡Como un engima!... Si yo le contara... Si le dijera que ayer, en Valencia, nada más salir de la estación, me atracaron unos mocosos. El más agresivo me puso la navaja en el cuello y me dijo: “Dame todo lo que lleves”. Me dejó limpio, y aún tuve que darle las gracias, pues no se me llevó el reloj porque dijo que no valía una mierda. Así, como se lo cuento. Sin embargo, lo peor es que estuve en el Arzobispado, expliqué lo que me había ocurrido y no me prestaron ni un duro; y en el de aquí, tampoco.[12]Sólo los guardias civiles se han portado como Dios manda: me han pagado el billete y me han dado de comer.
-O sea -dijo el Principio-, que le han jodido a usted los Santos Padres.
-Efectivamente, tanto o más que los atracadores.
El Principio buscó por los bolsillos y encontró quinientas pesetas. Y como, no es por nada, pero sabía del hambre y del desamor, quiso dárselas al Enigma, que no las aceptaba por dignidad. Mas, a la postre, recién adoctrinado en lo humano, demasiado humano, las tomó.
-Con esto puedo comprarme un bocadillo en Teruel.
-Si no tiene inconveniente, dígame usted su nombre, porque yo estas cosas las escribo y váyase a saber si algún día saldrán flamantes de la imprenta.
-¿Inconveniente? Ninguno. Me llamo Antonio Sesma Ruiz de Gordejuela, vivo en Monzón y allí me tiene usted para lo que necesite.
-Muchas gracias.
El tren hizo su entrada. El Engima se despidió algo emocionado. María Torres, rodeada de fardos, se apeó trabajosamente.
-María, ¿qué traes aquí que pesa tanto?, ¿bombas?
-Comida, hijo, comida.
EN EL PRINCIPIO, pues, como digo, fueron tres raíles, como las tres heridas del poeta: el de la vida, el del amor y el de la muerte. Serpenteaba airoso y nadie lo sabía.
Yo para todo viaje
siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera,
voy ligero de equipaje.
A. Machado
EN EL PRINCIPIO FUERON TRES RAÍLES[1], serpenteaba airoso y no tenía nombre. Era como un infiel, devoto de quimeras. La abuela Eugenia, madre del Principio, tampoco dijo nada. Ni tan siquiera las gallinas se enteraron del asunto: conocieron el maíz, el eclipse y el cuchillo, pero ignoraron la llegada del Principio. Sin embargo, con el paso del tiempo, llegó a ser como de la familia, como un hermano, como el tercer hermano hecho tercer hombre...: ¡Tantarán, tarán, tarán! ¡Tantarán, tarán, tarán!... Y no conoció el miedo: la noche que los junquers[2] bombardearon la estación de Algemesí, anunció con demora la contraseña al centinela: En aquella esquina,/ delante del cuartel,/ bajo la farola,/ allí te esperaré...[3]
En el principio, pues, como digo, fueron tres raíles. Por favor, un café.
Y el NIF a última hora. Aunque descienda el Paro y el Catastro se bata en retirada, el NIF a última hora.
Después, la vía estrecha, la prima Angélica y las obscuras golondrinas fueron haciendo los veranos:
- Tío, déjame cambiar la aguja[4], que ya puedo... Tío, ¿adónde vais?
- Al Valle de los Caídos.
- Tío, ¿volverá a reír la primavera?
- ¡Y yo qué sé!...
- Tío, ¿quién le ha pegado seis tiros a la muñeca?
- ¿A qué muñeca?
- A la que está atada por el cuello a la palmera.
- ¡Je, je! No lo sé...
- Tío, déjame cambiar la aguja, que ya puedo.
ROSA MARI ERA UN SUEÑO, la pienso en subjuntivo y recuerdo los avisos que ahora cumplen: PASO SIN GUARDA, ATENCIÓN AL TREN... y frenaba con el pie la rueda de la bicicleta. Camino de la Tarde[5], nadábamos el Verde[6] sin saberlo; porque también el río quería ser Principio y luego fue Jarama[7]. Madrid, Atocha y el chotís, sumaron dieciocho, camino de la Tarde, Rosa Mari se fue. Se fue como de emperatriz de Lavapiés. La pienso en subjuntivo y recuerdo los avisos que ahora cumplen. Debería trasladarme de Café.
EL AUTOMOTOR, los suspensos y el Plan de Desarrollo fueron las últimas competencias del Principio: “¡Estación de La Encina!”, gritó alguien. Y refulgió la aspereza de La Mancha...: ¡La Mancha! ¡Oh, La Mancha!...: Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de don Quijote pasar... [8]¡Pasar! ¡Pasar! ¡Oh, el pasar!...: pasar haciendo camino, camino sobre la mar[9].
-Antonio.
-Qué.
-Viene una motora.
-¡La jodimos!
-¡Vuelvan inmediatamente a la playa!
-Ya vamos, ya vamos...
-Nos van a echar los perros.
-Pedalea, que nos quedan treinta millas.
-Hoy comemos con el cura comunista.
-Pedalea, coño, pedalea.
Al cura comunista, que vivía en el barrio de Las Seiscientas[10], le traían sin cuidado las muertes de Salzillo y los redobles de tambor. Para el cura comunista, el oro únicamente debía emplearse como catalizador y hasta el Papa tenía la obligación de trabajar: Ora et labora, ésta era su regla de oro, cacofónica y letal.
El cura comunista, además, iba y venía, vestido de paisano, entre los frontispicios del TODO POR LA PATRIA, sin arriar bandera... Era sobrio, como la tundra bolchevique; sin alharacas de ningún tipo fue preparando la muerte del Principio. De un Principio que, llegado el momento, recibió de él la extremaunción, y como viático --tanto para el Principio como para el Foro en general--, le dijo: “A quien Dios se la dé, san Pedro de la bendiga”. Así murió el Principio.
EN FIN, ciento cincuenta novelistas esperan en España. Pero conste que la tienda de campaña no era nuestra, la alquilamos en Deportes Puig. La pedimos de siete plazas y luego sólo fuimos dos los acampados, los otros se rajaron. Y el tren nos mecía con vaivén monorrimo: tam, tam; tam, tam; tam, tam...
-¿Falta mucho para Segorbe?
-No, prepara las mochilas que esto ya es Soneja.
La estación de Segorbe, por san Jaime, a mediodía, tenía una belleza trágica, como de far west y “yo que tú no lo haría, forastero”. La explanada, polvorienta y mortecina, de cuando en cuando se veía surcada por algún utilitario que aparecía y desaparecía, según iba afrontando los baches. Bebimos en la fuente que da a la carretera. Aún nos faltaban ocho kilómetros para Vall de Almonacid. Hacía más de un año que le había escrito a una y no supe más de ella. Paco me acompañaba por solidaridad y por ver si, de paso, caía algo.
-Ahora verás que autobús más viejo...
-¿Apunto el horario de trenes para la vuelta?
-Tampoco está de más. ¿Qué te parece si vamos andando?
-A mí me da igual, tú eres quien conoce estos territorios.
-Pues, carretera y manta.
La tienda de campaña la montamos cerca del cementerio, creo que por chulería. Nos comimos unos mendrugos con atún y nos fuimos al cine del pueblo de al lado -Algimia de Almonacid-, que echaban una de Rafael, Yo soy aquel, ya ven... Terminada la sesión, regresamos paseando por la carretera tras un grupo de chicas.
-¿Es alguna de ésas-, preguntó Paco.
-No lo sé, ahora resulta que no recuerdo su cara.
-¡Tiene cojones la cosa!
-Y tantos.
Al final, fue una prima suya quien me reconoció. Elvira, la tan buscada, no me hizo el menor caso.
-Paco.
-Dime.
-Ni doña Elvira ni doña Sol ni los Infantes de Carrión.
-Eso te pasa por cabrón.
-Rima en consonante.
-Esta noche hace verbena.
-¿Y qué?
-¿Cómo que “y qué”? ¡No seas capullo! Esta noche beberemos para olvidar. Tú olvidas a ésa y yo a la hija de puta que me estará poniendo ahora los cuernos en Alberique.
-¿Y si nos diésemos por el culo?
-Calla, calla, que eso va bien para las almorranas; es mejor la puerta ancha.
-Eso digo yo también.
La verbena nunca tuvo tres raíles, pero se empeñó en ejercer de predicado. Los músicos, machaconamente, una y otra vez, interpretaban una pieza llamada Café exprés, tan asimilada por el Principio, que lo hizo resucitar. Por eso escribo ahora, con lo más vetusto que conozco, la cuaterna vía de Isabel. Para ella estos alejandrinos de Café...:
Como El Amargo[11], digo, que en julio fui emplazado
al hemisferio pobre del verso trasnochado.
Y amargo tal cual sufro del tiempo equivocado,
en la cuaderna vía serás como El Dorado.
-ISABEL, ¿dónde está el café de Juan Valdés?
-En el armario.
-¿Había pedido usted otro café?
-No, señor; el otro, en casa.
EN EL METAPRINCIPIO, las caries eran pocas, a la edad la llamaban Diecinueve y a Kundera le decían Zaragoza. En el Metaprincipio, el viento del Moncayo, como hoja de afeitar, fue segando las nieves y fue también como dejando un algo, un rastro de Sirocco, contumaz y onanista, que alimentaba el hambre. Pero la chica no entendía la grandeur y viajaba con su madre hacia la Francia, como de mala gana y con vendimia...
-El tren -dijo- sale de madrugada.
-Yo tengo que irme al cuartel de san Lamberto. A lo mejor, a la tarde ya estoy libre.
La noche que los junquers bombardearon la estación de Algemesí, el Principio anunció con demora la canción del centinela: En aquella esquina,/ delante del cuartel,/ bajo la farola,/ allí te esperaré... Y no conoció el miedo. Era como un infiel, devoto de quimeras.
-¡BUENOS DÍAS, señor, son las siete, próxima estación, Córdoba! ¡Pruebe usted este perfume; fresco, como los jardines de Medina Azahara; seductor, como los versos del Tenorio; económico, como el aliento de las nubes!... Permítame la mano, dos gotitas y..., huela, huela...
-Lo siento, no me interesa.
-Pues entonces, le pido la voluntad para un parado, padre de seis criaturas.
-Tenga. Debería hacer rifas. En los lejanos tiempos del Principio no había viaje en tren sin su correspondiente rifa. Recordará usted aquellas tiras numeradas de papel que...
-No, señor, no las recuerdo, usted debe ser más viejo. Con Dios y muchas gracias.
CIENTO CINCUENTA NOVELISTAS ESPERAN EN ESPAÑA, Rosa Mari era un sueño, Madrid tiene seis letras, Isabel en verso alejandrino, Arturo estudia sociales y Juan dicen que destaca en literatura: ciento cincuenta y dos novelistas esperan en España. Y anda, jaleo, jaleo, qué jaleo lleva el tren. Porque en el Principio fueron tres raíles y todos los trenes del mundo pasan por Alcázar de San Juan.
-AMARGO.
-Qué
-Ayer vino María Torres
-¿Y qué quería?
-Dijo que se iba a Valencia y que volvería hoy, que fueras a recogerla a la estación, como siempre va tan cargada... El tren llega a las tres y media.
MARÍA TORRES CORAZÓN CANSADO, en las noches de invierno, al calor de la lumbre, cuenta su novela porque teme morirse sin sentido. Es decir, que María Torres del Amor República Estraperlo tiene una hija adoptiva, un hijo actor en Madrid y otro dormido en el Camposanto...:
-Después de enterrarlo, adorné la tumba con un triángulo de flores y por eso me llamaron del Ayuntamiento.
-¿Por masona?
-¡Vete a saber!... Yo era de izquierdas, miliciana, eso sí, pero qué leches sabía yo de masonerías y monsergas... Me obligaron a limpiarles los retretes a los de derechas y a que, por la noche, fuera al cementerio a quitarle las flores al chiquillo. Uno, no sé quién, me siguió de lejos aullando como un fantasma: “¡Uuuuuuuh! ¡Uuuuuuuh!”. Pero me planté y le dije: “¡Ven aquí si tienes cojones!”. Se calló y se fue.
-Aún te odian, ¿verdad?
-Tan verdad como que estamos sentados.
-¿Cuántos años tenías entonces?
- Veintitrés.
LA ESTACIÓN DE SEGORBE, a mediodía, por san Jaime, tenía una belleza trágica, como de far west y “yo que tú no lo haría, forastero”. Pero además, esta vez, los postes del tendido eléctrico, tan inclinados, parecían sustraídos de un cuadro de Porcar: el Principio era viejo y sabía ya más por viejo que por Principio. Sin embargo, como entonces, de cuando en cuando, algún utilitario se aventuraba por la explanada, y aparecía y desaparecía, según iba afrontando los baches. La fuente seguía manando las mismas aguas. El cansado Principio, como un poco resucitado, aseveró que agua pasada sí mueve molino. Como la fenecida máquina de Wat en el museo, se sentó junto a la fuente, a ver pasar los tipos y los tiempos...: Miguel Granell, de derechas, fabricante de garrotes; Claudio Almagro, teórico del anarquismo, libre y libertario, ecologista..., Abel Ramos Calvo, artesano del freno de zapata. O sea, que el Principio, sofocado por el sol, se retiró hacia el frescor de los andenes.
-¿Me da usted fuego?
-Hace un sol de justicia.
-O de injusticia...
-Eso.
Observó, desmenuzó, descuartizó... Alto, flaco, ascético.
-Tiene usted aspecto de profesor, de profesor de matemáticas antiguas, de las que se explicaban sin conjuntos, quiero decir.
-Soy profesor, pero no de matemáticas; lo mío es la religión.
-¡Vaya por Dios! -dijo el Principio- Y yo esperando a una miliciana...
-¡Qué más da! -replicó el Enigma- Mi padre fue el principal activista de la CNT en Huesca.
-Pero, ¿está usted aquí de profesor?
-No, estoy de paso: voy camino de Huesca
-Fíjese -arguyó el Principio-, hace un poco, mirando las agujas, la campana, el reloj, me he acordado de un tío mío, falangista, jefe de estación, que murió atropellado por el tren.
-¿Cómo fue? -preguntó el Enigma.
-Un día libre de servicio, cruzó, atolondrado, con la moto por un paso a nivel sin barreras que tenía, por cierto, un gran cartel que avisaba: PASO SIN GUARDA, ATENCIÓN AL TREN. Pensaba en eso y en un cuento que escribí, hace ya bastantes años, que se titulaba Un tren llamado Rocinate. Al verle a usted pasear por el andén, arriba y abajo, me he dicho: “Es como un enigma, las estaciones siempre son literatura”.
-¡Como un engima!... Si yo le contara... Si le dijera que ayer, en Valencia, nada más salir de la estación, me atracaron unos mocosos. El más agresivo me puso la navaja en el cuello y me dijo: “Dame todo lo que lleves”. Me dejó limpio, y aún tuve que darle las gracias, pues no se me llevó el reloj porque dijo que no valía una mierda. Así, como se lo cuento. Sin embargo, lo peor es que estuve en el Arzobispado, expliqué lo que me había ocurrido y no me prestaron ni un duro; y en el de aquí, tampoco.[12]Sólo los guardias civiles se han portado como Dios manda: me han pagado el billete y me han dado de comer.
-O sea -dijo el Principio-, que le han jodido a usted los Santos Padres.
-Efectivamente, tanto o más que los atracadores.
El Principio buscó por los bolsillos y encontró quinientas pesetas. Y como, no es por nada, pero sabía del hambre y del desamor, quiso dárselas al Enigma, que no las aceptaba por dignidad. Mas, a la postre, recién adoctrinado en lo humano, demasiado humano, las tomó.
-Con esto puedo comprarme un bocadillo en Teruel.
-Si no tiene inconveniente, dígame usted su nombre, porque yo estas cosas las escribo y váyase a saber si algún día saldrán flamantes de la imprenta.
-¿Inconveniente? Ninguno. Me llamo Antonio Sesma Ruiz de Gordejuela, vivo en Monzón y allí me tiene usted para lo que necesite.
-Muchas gracias.
El tren hizo su entrada. El Engima se despidió algo emocionado. María Torres, rodeada de fardos, se apeó trabajosamente.
-María, ¿qué traes aquí que pesa tanto?, ¿bombas?
-Comida, hijo, comida.
EN EL PRINCIPIO, pues, como digo, fueron tres raíles, como las tres heridas del poeta: el de la vida, el del amor y el de la muerte. Serpenteaba airoso y nadie lo sabía.
-----------------
[1]Los antiguos trenes eléctricos -algunos- tenían tres raíles, el central era de que tomaba una de las dos fases eléctricas
[2]Avión trimotor alemán, muy utilizado, a pesar de ser diseñado para transporte, como bombardero.
[3]Una de las tantas letras que se han aplicado a la melodía de Lilí Marlen
[4]Palanca que en las estaciones de ferrocarril sirve para desplazar los raíles, para que el tren tome la vía que se desee.
[5]Evocación machadiana: Yo voy soñando caminos de la tarde...
[6]Río Verde, afluente del Júcar. Alusión lorquiana
[7]Río Jarama. Batalla del Jarama.
[8]Poema de León Felipe, Vencidos.
[9]Antonio Machado, Cantares
[10]Barrio obrero de la ciudad de Cartagena.
[11]Alusión al Romance del Emplazado, de Federico García Lorca.
[12]Arzobispado de Segorbe-Castellón
[1]Los antiguos trenes eléctricos -algunos- tenían tres raíles, el central era de que tomaba una de las dos fases eléctricas
[2]Avión trimotor alemán, muy utilizado, a pesar de ser diseñado para transporte, como bombardero.
[3]Una de las tantas letras que se han aplicado a la melodía de Lilí Marlen
[4]Palanca que en las estaciones de ferrocarril sirve para desplazar los raíles, para que el tren tome la vía que se desee.
[5]Evocación machadiana: Yo voy soñando caminos de la tarde...
[6]Río Verde, afluente del Júcar. Alusión lorquiana
[7]Río Jarama. Batalla del Jarama.
[8]Poema de León Felipe, Vencidos.
[9]Antonio Machado, Cantares
[10]Barrio obrero de la ciudad de Cartagena.
[11]Alusión al Romance del Emplazado, de Federico García Lorca.
[12]Arzobispado de Segorbe-Castellón
1 comentario:
Te quedó genial...y participaré de buen gusto, solo que primaramente en enviaré varios para que selecciones uno, tú que eres el maestro sabras que hacer...
Millones de gracias por compartir.
Un abrazo enorme.
ANA
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